jueves, 19 de noviembre de 2009

Una historia de dos cuerpos:

el cadáver cartesiano y el cuerpo vivido

Drew Leder

Abra un texto de medicina; acuéstese en la camilla de un médico; asista a conferencias en un hospital escuela; y se encontrará inmerso en una inmensa red de discursos y prácticas que constituyen, todos juntos, el paradigma de la medicina moderna. Este paradigma incluye ciertas asunciones de gobierno que generalmente no se tienen en cuenta, simplemente porque se las da por sentadas. Éstas incluyen asunciones concernientes a la naturaleza de las entidades de enfermedad, los cánones de explicación aceptable, y los modos de tratamiento correcto. Más aún, tales asunciones pueden, en última instancia, retrotraerse a una metafísica implícita. La nuestra no es una medicina de espíritus malvados o dioses iracundos, sino de causas y manifestaciones materiales. Si hemos de entender las fortalezas y límites de nuestra medicina y avizorar sus alternativas, debemos aceptar la concepción del mundo que asume. En lo que sigue, voy a abordar un aspecto clave de esta concepción del mundo - la noción de cuerpo que opera en la medicina moderna. Después sugeriré una alternativa relevante desarrollada en la fenomenología del siglo veinte - el modelo del cuerpo vivido.

Considero que la medicina moderna está basada, en primer lugar, no sobre el cuerpo vivido sino sobre el cuerpo muerto o inanimado. Aparentemente, esto presenta una paradoja. Después de todo, el cuerpo muerto es frecuentemente el símbolo del fracaso y la terminación del proyecto terapéutico. La tarea del médico es asistir a los vivos, no a los muertos, y preservar la vida en toda circunstancia excepto las más extremas. ¿En qué sentido sirve entonces el cuerpo muerto para guiar y regular la medicina moderna?

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